Categoría: Microrrelato

Me habían tomado nota hace al menos quince minutos, pero mi sin lactosa seguía sin llegar.

La mesa contigua, sin embargo, sí había sido servida. Me extrañó, pues estaba vacía.

Al llamar la atención al camarero sobre este hecho —por miedo a que ese café fuera el mío y se estuviera enfriando— me contestó, molesto:

—por favor, no falte el respeto al resto de clientes.

Doblemente confuso, volví a girar la cabeza e, imaginaros cual fue mi sorpresa, cuando descubrí el café ya casi consumido, al igual que la tostada. El periódico abierto, que también estaba en la mesa, ahora se encontraba doblado. La imagen era la de un bodegón, naturaleza muerta.

¿Qué se me estaba escapando?

¿Vosotros no tenéis recuerdos de cosas que nunca han pasado?

Yo me veo a mi mismo flotando en el espacio, desnudo.

Alejándome más y más del punto de origen.

No llevo traje ni casco. Respiro sin problema o no necesito respirar.

Tampoco atiendo a necesidades fisiológicas.
 
Tan solo giro sobre mí mismo leeentamente.

Tengo tiempo de sobra para pensar.

E incluso  

para imaginar

universos.

Ayer pensé en llamarte.

Tengo un grupo de wassap en el que estoy yo solo.

La idea se la tomé prestada a un compañero de trabajo. Creas un grupo de wassap con alguien más para acto seguido expulsarlo. A partir de ese momento puedes utilizar el grupo para escribir notas cuando no tienes nada mejor a mano.

Mi grupo unipersonal se llama así: «Notas». El caso es que, a pesar de lo útil que es, apenas lo utilizo, ya que suelo tener la agenda a mano. Pero ayer, que fui a utilizarlo, no lo veía entre tanta conversación, así que decidí utilizar el buscador. Escribí «notaa». Sí, mal. Cambié la s por la a, y cuando le di a «buscar», en vez de llegar a donde quería llegué a otro lugar totalmente extraño para mí. Al principio.

Aparecí en mitad de una conversación con un número que no tengo en la agenda. La otra persona había escrito «Ya escuché la notaaa». Me llamó la atención porque ella, la otra persona, me trataba de «mi amor» y yo la trataba de «cielo».

Al principio creí que era la colombiana con la que tuve un tórrido y breve romance el año pasado, pero no.

Seguí el hilo de la conversación y descubrí que eras tú.

En ese instante un rápido flashback me devolvió a dónde me devuelven todos los estímulos que relaciono contigo: Al corte de comunicaciones, el trauma de la no despedida.

Automáticamente, llevado por la intriga, le di al botón que aparece en la esquina inferior derecha que te permite ir al final de la conversación y leí las últimas palabras que intercambiamos:

—Mierda te he llamado sin querer.
Por el teclado roto.    
Perdona.

—No pasa nada.

…ese fue el final.

Es curioso porque hace poco leí que es habitual en los tiempos que corren. Hasta le han puesto un nombre: Ghosting.

Me di cuenta de que, aunque había borrado tú número hace mucho, ahora lo tenía delante de mis ojos. Pensé en llamarte. Preguntarte qué tal te va. 

Recordé que he escuchado que a veces dices cosas graves de mí. Otras muy graves. Yo nunca hablo de ti, solo cuando me preguntan mi opinión sobre esas cosas que dices.

Ayer pensé en llamarte, pero no lo hice.

Un niño inocente atrapa una libélula dentro de una botella.
Veinte años después se debate por acallar el ruido. Las interferencias.
Estar solo en un sitio a la vez, casi imposible.
Gritar más que los demás, o que quede todo el silencio.
Se hizo mayor y perdió el superpoder de parar el tiempo.
Cayó en la trampa, se resbaló en la pendiente
y ya no sabe como frenar.
Toma velocidad, gana peso.
El impacto será fatal.
Tic tac.
Tic.
.


Este microrrelato fue escrito con motivo del ejercicio de escritura propuesto por Literautas en el que se debían de utilizar las palabras: inocente, trampa y botella.